La temperatura a la que arden los libros

Ayer me desperté en la madrugada, seguramente a muchos, en alguna ocasión les debe haber sucedo algo similar. Tenía un hambre atroz, de hecho me inclino a pensar que el ruido que generaba mi estómago fue el causante de mi abrupto despertar. Tardé algunos minutos en decidir si bajaba a la cocina o ignoraba la necesidad de saciar mi apetito. Decidí hacerle caso a mi instinto de sobrevivencia y bajé, recorrí las escalera adormitado y trastabillando casi escalón por escalón.

Al llegar a la cocina, revisé la alacena, el refrigerador, los cajones y efectivamente había regulares cosas interesantes para comer, pero ninguna al menos en ese momento coqueteaba con mi hambre. Opté por tomar un par de galletas, de esas saladitas, un vaso con agua templada y caminé hacia el estudio casi por inercia, sin sentido y con todas las ganas de no hacer nada.

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